La crisálida






SEXO


Les propongo a mis alumnos que escriban un cuento breve para publicar en la revista Páxina de la Biblioteca del Instituto con motivo del día de San Valentín; por supuesto, como procede tratándose del patrono del amor, debe ser también de temática amorosa. Pero les propongo también que dicho cuento contenga -además de las convenciones típicas del género- una dosis moderada y sutil de sexo. ¡Palabra tabú! Todo fue pronunciarla y suscitar en el aula el consiguiente revuelo, risas, burlas, sonrojos, alguna que otra broma procaz (proveniente, sobre todo, del sector masculino) y, por supuesto, la sorpresa, la perplejidad. Les pongo un improvisado ejemplo de secuencia narrativa barnizada levemente de erotismo y ya captaron la idea y, eso sí, calmaron un tanto sus soliviantados ánimos. Estaban realmente preocupados de hasta dónde podían llegar en el aliño erótico sin caer en lo pornográfico, sin salirse de madre, sin sobrepasar el límite de lo moral. Al final lo han logrado, y, lo que es más importante, han disfrutado realmente con la creación literaria. Lo que podía haber sido un mero “compromiso académico” para salir del paso se ha convertido en un goce real, en la experiencia “erótica” del acto de escribir. Y el verbo se hizo carne. Han plasmado en palabras sus fantasías, les han dado cuerpo, las han, de alguna forma, vivido y materializado. Ahora el amor -ñoño, cursi, blandengue y repipi- del santo patrón de los enamorados, del más que ayer pero menos que mañana, es un amor de los de verdad, con sentimiento, con pasión, con seso y con sexo.
El que estoy perplejo, en realidad, soy yo. Me parece increíble que todavía en pleno siglo XXI sigamos con estas cortapisas morales, con este miedo impuesto a la libre manifestación del amor en todas sus facetas, en su completa dimensión, en la que se integra de hecho y de pleno derecho el sexo, la relación sexual, el apetito carnal, la atracción erótica. Y aún me parece más escandaloso que en los centros educativos no sea ésta una “materia transversal”, una faceta relevante de la famosa “educación en valores”. Claro que, para acometer tan crucial tarea, antes deberíamos los propios educadores revisar nuestra escala de valores, poner al día nuestra anacrónica educación sexual (si la hubo), superar nuestras frustraciones (que sí las hubo) y liberarnos de la represión que machacó nuestras pacatas conciencias y de la que aún somos obedientes paganos.
Y mientras en las escuelas e institutos seguimos devanándonos los sesos acerca del sexo de los ángeles, la realidad de nuestros jóvenes alumnos va por otros derroteros (desgraciadamente a la deriva en muchos casos por falta de modelos, por falta de formación, de la formación que deberían recibir precisamente en los centros educativos). La verdad está ahí afuera. Y para muestra, un botón, extraído de una literatura que está arrasando, que levanta pasiones, que refleja el verdadero estado de la cuestión en los tiempos que corren:

Se levantó, se acercó a la ventana e, inquieta, se puso a contemplar la oscuridad. Para Lisbeth, lo más difícil de todo era mostrarse desnuda ante otra persona por primera vez. [...] Era una mujer normal, con exactamente el mismo deseo e instinto sexual que todas las demás. Permaneció de pie junto a la ventana casi veinte minutos antes de decidirse.
Mikael estaba en le cama leyendo una novela cuando se escuchó el picaporte de la puerta y, al levantar la mirada, vio a Lisbeth Salander. Una sábana le envolvía el cuerpo. Se quedó un rato callada en la entrada; daba la impresión de estar pensando en algo.
-¿Te pasa algo? -preguntó Mikael.
Negó con la cabeza.
-¿Qué quieres?
Se acercó a el, le cogió el libro y lo dejó sobre la mesilla de noche. Luego se inclinó y le besó en la boca.

Los hombres que no amaban a las mujeres. Stieg Larsson.


Paco Ayala Florenciano

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