
(Don Quijote, I, L)
¡Ah, el refugio de los libros! El bálsamo benéfico de las palabras que nos acogen en su mundo de ensueño, en su paraíso onírico donde todo es posible, donde los imposibles cotidianos y sus miserias fracasan ante el poder omnímodo del verbo enriquecido por el arte literario.
Cada vez entiendo más a nuestro Quijote. Inmerso en su fantasía impenitente se resiste hasta la muerte a bajar al ruedo acechante y movedizo de la cruda realidad. Heroico y sublime desacierto para no errar en lo verdaderamente importante: el ser, que no el tener. Delirante desvarío para degustar y disfrutar la ingrávida existencia.
Difícil equilibrio el suyo -y el nuestro, el de sus quijotescos herederos- para navegar sin rumbo cierto pero sí verosímil, para sortear los escollos, encajar los envites y volar con alas imaginarias sin perder de vista el horizonte y con un pie siempre en la tierra. Difícil, sí, pero no imposible. Y si no, aquí están estas letras que cada semana salen al aire virtual de la red de redes y con las mismas se desvanecen en su atmósfera evanescente e inestable. Pero aun a sabiendas de tan palmaria inconsistencia, el que suscribe no echa cuentas de ello y lanza mensajes como botellas de náufrago a los siete mares, aun a riesgo de perderse en la corriente, o de no llegar nunca a destino alguno, de que nadie los lea y menos aún los responda.
Así que volvamos al mundo iniciático de los libros, conversemos con sus personajes, empapémonos de sus emociones -que son las nuestras-, sintamos el placer de la belleza imaginada y recreada en nuestra mente lectora, aventurémonos, sin miedo, en viajes sin fronteras, ilimitados e irreductibles. Y vivamos, al fin, la vida con más intensidad, con más pasión, con más denuedo, sin importarnos ni la fama, ni el poder, ni el placer adocenado, fútil y voraz de los escaparates. Lo que realmente buscamos y necesitamos está tan al alcance de nuestras manos, tan cerca, tan dentro de nosotros mismos como nuestra lengua madre capaz por sí sola de dar entera satisfacción a nuestros deseos primordiales. Sólo que... nos parece inverosímil.
No me resisto a cerrar mi encendido panegírico de las letras sin citar nuevamente a Cervantes:
Cada vez entiendo más a nuestro Quijote. Inmerso en su fantasía impenitente se resiste hasta la muerte a bajar al ruedo acechante y movedizo de la cruda realidad. Heroico y sublime desacierto para no errar en lo verdaderamente importante: el ser, que no el tener. Delirante desvarío para degustar y disfrutar la ingrávida existencia.
Difícil equilibrio el suyo -y el nuestro, el de sus quijotescos herederos- para navegar sin rumbo cierto pero sí verosímil, para sortear los escollos, encajar los envites y volar con alas imaginarias sin perder de vista el horizonte y con un pie siempre en la tierra. Difícil, sí, pero no imposible. Y si no, aquí están estas letras que cada semana salen al aire virtual de la red de redes y con las mismas se desvanecen en su atmósfera evanescente e inestable. Pero aun a sabiendas de tan palmaria inconsistencia, el que suscribe no echa cuentas de ello y lanza mensajes como botellas de náufrago a los siete mares, aun a riesgo de perderse en la corriente, o de no llegar nunca a destino alguno, de que nadie los lea y menos aún los responda.
Así que volvamos al mundo iniciático de los libros, conversemos con sus personajes, empapémonos de sus emociones -que son las nuestras-, sintamos el placer de la belleza imaginada y recreada en nuestra mente lectora, aventurémonos, sin miedo, en viajes sin fronteras, ilimitados e irreductibles. Y vivamos, al fin, la vida con más intensidad, con más pasión, con más denuedo, sin importarnos ni la fama, ni el poder, ni el placer adocenado, fútil y voraz de los escaparates. Lo que realmente buscamos y necesitamos está tan al alcance de nuestras manos, tan cerca, tan dentro de nosotros mismos como nuestra lengua madre capaz por sí sola de dar entera satisfacción a nuestros deseos primordiales. Sólo que... nos parece inverosímil.
No me resisto a cerrar mi encendido panegírico de las letras sin citar nuevamente a Cervantes:
(Don Quijote, I, XLVIII)
Paco Ayala Florenciano
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