La crisálida

Blanca memoria

Antes de esta Navidad hubo otras navidades, algunas que ya empiezan a perderse en el piélago del olvido y otras más recientes que van acumulándose en la memoria algo cansada ya de soportar el peso del pasado. Pero hoy, puesto ya el pie en el estribo para salir galopando hacia otras tierras lejanas donde viven los recuerdos, resucitan imágenes, antiguas fotografías desvaídas…: los preparativos de la Nochebuena en mi casa familiar (tortas de anís, mantecados, cordiales…), la pandilla de amigos y de amigas (guateques, amoríos platónicos, ronda de villancicos por las calles, pandereta en ristre y guitarra en cabestrillo), el coro parroquial cantando en la misa del gallo (nos atrevíamos a tocar con guitarra eléctrica y batería, a pesar de las protestas de nuestro párroco preconciliar), la complicada y excitante preparación de la Nochevieja (buscar el local, comprar el avituallamiento, seleccionar la música –muy importante, sobre todo la de bailar “agarrao”-, adecuar la iluminación –zonas de luz para danzar, zonas de sombra para intimar-, elaborar la lista de invitados y de invitadas…), y, por fin, la mágica noche de Reyes, la noche por excelencia para soñar y esperar con ansiedad los regalos (nunca llegué a sorprender a los “reyes”, aunque creí escuchar sus “caballos”). ¡Qué nervios, qué sorpresa, qué maravilla descubrir en la penumbra los juguetes, sobre todo los que uno no recordaba haber pedido en su “carta” a los magos de Oriente!

No conozco bien el imaginario de los jóvenes de ahora, la fantasía que nutre sus ilusiones. Ayer escuchaba en la radio que pasarán gran parte de la Navidad enganchados al ordenador o a la play station (“mucho ratón y poco turrón”, decía la locutora), relacionándose virtualmente con su “pandilla” por el Messenger. Mientras escribo estas líneas aprovechando una guardia con alumnos de 2º de ESO, como ya no tienen nada que estudiar, les dejo en libertad para que se entretengan y ¿qué se les ocurre? Pues nada más y nada menos que fabricar unos proyectiles de papel y arrojárselos con auténtica fruición, con verdadero azogue de adolescentes que aún no han despegado de la infancia. ¡Pero hay que ver cómo se lo pasan, cómo se divierten! Enfebrecidos en su juego no reparan en mis tímidas amonestaciones para que no armen demasiado escándalo. Me gusta verlos jugar con estos humildes y toscos artefactos elaborados con sus propias manos y emanados de su todavía fértil imaginación. En el fondo, somos los mismos niños, los mismos jóvenes de antaño, ahora vestidos de otra manera (no tan diferente, a decir verdad), dotados de otra jerga (código de distinción, como hacíamos nosotros para distanciarnos de nuestros mayores), avezados en las nuevas tecnologías, pero con las mismas ansias, el mismo ardor, los mismos estímulos. ¡Ah, la blanca memoria que algún día retornará a la blanca orilla de donde zarpará otra vez la nave! Y el mismo deseo, unánime, universal, inmutable: ¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!

Paco Ayala Florenciano

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