La crisálida

CAZADORES

Lo grave del asunto no es que un ministro y un juez hayan coincidido en una cacería y hayan podido intercambiar información privilegiada. Lo grave -a mi juicio- es que ambos sean cazadores y dediquen una parte sustancial de su tiempo libre a matar indefensos animales que corretean libres por la naturaleza y no sospechan en absoluto que haya un ser humano apuntándoles con una escopeta para privarles de la vida, satisfaciendo así no sabemos bien qué atávicos instintos depredadores (por no calar más profundo y desenmarañar su oscuro inconsciente).

En sí misma, la caza es una actividad completamente anacrónica y deleznable en los albores del tercer milenio. Por varias razones. En primer lugar, porque ya no hace falta ir por el monte matando animales para sobrevivir, habiendo como hay miles de tiendas y supermercados en los que se sirve la carne de primera calidad perfectamente envasada y certificada (otro día hablamos de la opción vegetariana, mucho más saludable y respetuosa con la vida). En segundo lugar, porque con este pseudodeporte (no sé cómo se le puede ocurrir a nadie calificar de deportiva a una cacería) se está impulsando, por un lado, la tan denostada carrera armamentística -incalculables los miles de millones que mueve este negocio faunicida y que mejor podrían dedicarse a erradicar el hambre en el mundo- y, por otro lado, se estimula el ya mencionado instinto exterminador del hombre que decide, a mano armada, el destino de otros seres vivos. Aunque no admite parangón exacto con el permiso de armas universalmente legalizado en Estados Unidos, sí es cierto que muchos de los homicidios que suceden en nuestro país se perpetran con armas de caza. Y en tercer lugar, porque ¿acaso la fauna que puebla nuestros bosques, nuestros parques naturales, nuestras reservas de la biosfera, no es también patrimonio de la humanidad? ¿No es tan execrable, enjuiciable y punible quemar un bosque como matar a un animal salvaje? ¿Cómo puede haber cotos de caza en zonas de uso y disfrute público; ni siquiera en las privadas, que pueden gestionar tales espacios, pero no destruir su ecosistema?

Y a todo esto, ¿dónde está la Justicia? Y sobre todo, ¿en manos de quién está? ¿No merecen justicia también los animales? ¿No tienen sus derechos inalienables, entre los que se halla, cómo no, el derecho elemental a la libertad y a la vida? ¿Para cuándo una Carta Universal de Derechos de todos los Seres Vivos -los deberes son, en todo caso, de los humanos, que para eso están dotados de razón?

¡Ay, nuestros hermanos, los animales! Vamos todos en la misma “arca de Noé”, unidos para hacer frente -juntos, indisolublemente juntos- al desafío de la supervivencia en un planeta cuyos recursos se están agotando y que estamos esquilmando precisamente nosotros. O recuperamos la ancestral fraternidad animal (del griego “ánemos”, soplo vital; cualidad esencial y común a todos los seres vivos), o nos veremos abocados al irremediable desastre.

Acabaré citando a Quevedo: “¡Ah de la vida!”... ¿Nadie me responde?” O parafraseándolo: “¡Ah de la Justicia!”...

Paco Ayala Florenciano





1 comentario:

  1. Lamentable el espectáculo de neandertales que están dando el juez y el ministro. Ahora sabemos que don Mariano se fue de masacre sin tener licencia para cazar en esa comunidad andaluza. Es acojonante ¿Para quiénes son las leyes? ¿Será posible que ésto esté ocurriendo, o será una pesadilla?
    Todavía me acuerdo del paseo en el yate Azor de un presidente de gobierno democrático y socialista. Está claro que el poder les vuelve gilipollas. Y se contagia.
    Salud

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