La publicidad a examen

Leo con cierta estupefacción en El País que un profesor de secundaria estadounidense ha tenido que recurrir a la publicidad para sufragar los gastos en material escolar que no podía cubrir el menguado presupuesto de su Departamento. No tenía más que incluir en sus exámenes un pie de página con un eslogan publicitario de la empresa pagadora, lo que ha levantado el consiguiente revuelo pedagógico y legal sobre el caso.
La verdad es que solemos rasgarnos las vestiduras cuando alguien en un terreno tan sagrado como la educación se sale de madre y se desmarca de los cánones puristas que rigen tan sublime oficio. Pero, por otro lado, constituye un prurito en el sistema educativo hacer de éste un fiel reflejo de la realidad, un estar a la última en tecnología, metodología y afán práctico, con las miras puestas en que el alumno ya desde la escuela conciba su aprendizaje como algo útil, perfectamente ajustado al engranaje social y mediante el cual saldrá adecuadamente preparado para insertarse -con espíritu crítico, eso sí- en el mundo laboral. Y en el mundo (laboral, personal, familiar, cultural...) está omnipresente la publicidad de la que tanto abominamos pero a la que estamos bien atentos no sea que surja una oferta (de un producto, de un trabajo, de una subvención...) y se nos escape, no sea que suponga un referente para comprender un chiste, o un poema (sí, un poema, no es ningún sacrilegio), o una alusión o un concepto en una conferencia, en una clase, en una charla entre amigos y nos quedemos alelados, fuera de onda, sin entender ni jota de lo que allí se habla. Situación incómoda y hasta humillante llegado el caso. Así que ahora resulta que en un examen, que no es otra cosa que una comprobación fehaciente de lo aprendido por el alumno, nos parece escandaloso o cuando menos improcedente que se incluya publicidad cuando es ésta una materia con la que se van a encontrar nada más traspasar los umbrales de la calle, nada más conectar sus móviles, nada más enchufar la televisión, nada más abrir su buzón de correo (convencional o electrónico). Como si entre el mundo de ahí afuera (del que debería tratar la educación) y el de aquí adentro (el que enseña a comprender y a manejarse en el de afuera) hubiera todo un cisma irreconciliable, todo un abismo incomunicado de compartimentos estanco.
No digo yo que lo vaya a poner en práctica (afortunadamente en mi Departamento vamos sobrados), pero sí que habría que quitarle hierro a la cosa y tomárselo como mínimo sin displicencia, con cierto toque de buen humor y sobre todo con asombrada alegría de que aún quedan recursos imaginativos y valentía para arriesgarse y explorar en una institución como la educativa tan falta de nuevos vientos que la orienten hacia el puerto de partida, que no es otro que el propio interés por y del alumno que necesita -ahora quizás más que nunca- de un manual práctico -a la vez que ético- para desenvolverse en la vida.

Paco Ayala Florenciano

No hay comentarios:

Publicar un comentario