La crisálida


Ensoñaciones

Dice Miguel Rojo -sí, nuestro Miguel Rojo, profesor de este Instituto y escritor, buen escritor además- en la revista nº 13 de Biblioasturias que sus abuelos de Zarracín (Tinéu) eran, más que campesinos, ávidos lectores de poesía y de novela, y que su padre, más que guardia civil en Puente de los Fierros, era otro gran entusiasta de la literatura francesa, y que de ahí le viene a él este amor genético y ciego por las letras. Bueno, esta es la historia que nos cuenta durante todo el artículo y cuya realidad desvela y desmiente en el último párrafo. A decir verdad, sin conocer de antemano las claves del texto, uno empieza a creerse la fábula -como dócil lector acostumbrado, a cambio del disfrute, a someterse a los dictados de la ficción por muy inverosímil que parezca- y, en cierto modo, hasta se siente molesto cuando el autor le despierta de sopetón y le dice que todo ha sido un sueño, que la realidad fue otra bien distinta y prosaica y que su oficio de escritor es fruto de un azar ilógico e inescrutable. Bueno. Estoy seguro de que si indagase más profundo en su inconsciente memoria hallaría los resortes que impelen sus dedos a usar la pluma o el teclado, la causa primogénita de su imaginario verbal, el origen esencial de su especie literaria.
Y ahora hablo por mí. Mi padre sí era -hasta un mes antes de su muerte- un empedernido lector de toda clase de libros. Lo recuerdo leyendo en su sofá, y siempre antes de acostarse. En la lista de recados que apuntaba antes de ir a la capital, siempre incluía un par de libros al menos. Cada vez que salíamos de excursión, nos obligaba a todos los hermanos a escribir una crónica del viaje (conservo varios cuadernos con mi tierna caligrafía de 9 años) y era insistente su encargo de que le escribiéramos cartas cuando salíamos varios días de viaje o residíamos lejos del hogar (conservo también un extenso legado de sus cartas autógrafas). Pero, a pesar de haber gozado de un ambiente familiar idóneo para ser yo también escritor (lector siempre lo he sido, especialmente por haberme criado sin televisión y con cine sólo ciertos domingos), creo que no fue precisamente esto lo que me ha conducido después a componer poesía o artículos de opinión o mis recientes performances. Los ancestros de mi fantasía creativa he de buscarlos, más que en el entorno favorable que ya he descrito, en la percepción íntima y peculiar que he tenido del mundo, en una capacidad -no sé si innata o ignotamente adquirida- para descubrir destellos imperceptibles u ocultos tanto en las personas como en las cosas, en experiencias impresas con tinta indeleble en mi espíritu: una noche en la sierra bajo las estrellas; la voz dulce y sensual de mi amada que no me amaba; conversaciones inagotables más allá de las propias palabras con mi amigo del alma, con quien sigo dialogando sin verle, sin hablarle; erecciones capilares, estremecimientos sensitivos que me sobrevienen ante ciertos aromas y colores...
Hay algo de especial -y de común a la vez con nuestra especie-, compañero Miguel, en nuestra sinapsis neuronal, una especial hiperestesia emocional y fisiológica que nos determina y aboca a la urgencia de expresar con palabras -imaginarias las más, rutinarias las menos- el universo interior que bulle en toda la extensión de nuestro ser y que se derrama incontenible en líneas, en versos, en actos, para entrar en contacto con otros universos, con otros seres semejantes que nos vean, y nos lean, y nos comprendan, y nos amen.
Paco Ayala Florenciano

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