La crisálida


P.A.U.

La única vez que participé en una manifestación estudiantil -y, dicho sea de paso, me subí a una moto de gran cilindrada y conocí a las chicas del Instituto Femenino- fue cuando estudiaba COU, allá por los años 70. La razón: una protesta contra la ley de la Selectividad. No comprendíamos en absoluto el sentido de una prueba de acceso a la Universidad en la que te lo jugabas todo después de haber pasado tanto control, tanto examen y tantas pruebas en el Bachillerato. ¿Acaso no valían las notas que figuraban en nuestros expedientes? ¿Acaso se estaba poniendo en duda la calidad de la enseñanza que recibíamos o se estaba deslegitimando el control de calidad de la misma? El propio sistema se creaba sus propias trampas, se desdecía o se ponía en entredicho. ¡Sencillamente kafkiano! Y fuimos a la manifestación. Y no nos hicieron ni puñetero caso. Pero era normal: todavía faltaban 3 años para que el Generalísimo Franco la palmara y los jóvenes estudiantes éramos un cero a la izquierda, nunca mejor dicho.
Hoy, 37 años después, seguimos padeciendo el mismo mal que por aquel entonces nos aquejaba. Ahora se llama P.A.U. (suena a paz en valenciano o a jugador de baloncesto), pero sigue adoleciendo del mismo sinsentido, sólo que ahora multiplicado por tantos años de democracia y de presunto progreso pedagógico, por tanta L.O.G.S.E. futurista que luego, a la hora de la verdad, se convierte en más de lo mismo: el clásico, obsoleto y redundante libro de texto (que responde al pie de la letra al temario y al diseño curricular) y las imposibles calificaciones numéricas que reducen a una cifra el esfuerzo, la capacidad, la creatividad, el ingenio, la motivación y el aprendizaje integral del alumno. Desde luego, para este viaje no hacían falta alforjas, ¿no os parece?
Yo no sé qué tratan de medir con todo esto los sesudos asesores del Ministerio de Educación. Y menos aún, qué carajo de educación de saldo nos están vendiendo. Será, eso sí, otro negocio más de compraventa, otro entramado que se va encostrando en la piel de la sociedad y que cada vez resulta más difícil desmontar según se va articulando una tupida red de intereses creados.
Así que seguimos esperando al Mesías-Maestro. Hasta ahora sólo nos han acontecido falsos
profetagogos y ministros-anticristos. Mientras tanto, se van perdiendo no sólo cientos de puestos de trabajo cada día que pasa, sino miles de oportunidades de actualizar y modernizar sin demagogia el sistema educativo, de imbuirlo no ya de las nuevas tecnologías (otro día hablamos de la política falacia informática), sino de las nuevas (y no tan nuevas, pero todavía vírgenes) técnicas didácticas y corrientes psicopedagógicas.
Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?

Paco Ayala Florenciano

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