Quijoterías (3) Cuéntame un cuento.


—Vos tenéis mucha razón, amigo —dijo el cura—, mas, con todo eso, si la novela me contenta, me la habéis de dejar trasladar. —De muy buena gana —respondió el ventero. Mientras los dos esto decían, había tomado Cardenio la novela y comenzado a leer en ella; y, pareciéndole lo mismo que al cura, le rogó que la leyese de modo que todos la oyesen. —Sí leyera —dijo el cura—, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer. —Harto reposo será para mí —dijo Dorotea— entretener el tiempo oyendo algún cuento, pues aún no tengo el espíritu tan sosegado, que me conceda dormir cuando fuera razón. —Pues desa manera —dijo el cura—, quiero leerla, por curiosidad siquiera: quizá tendrá alguna de gusto. Acudió maese Nicolás a rogarle lo mesmo, y Sancho también; lo cual visto del cura y entendiendo que a todos daría gusto y él le recibiría, dijo: —Pues así es, estenme todos atentos; que la novela comienza desta manera:
(Don Quijote, I, XXXII)

Así finaliza el capítulo que da comienzo a la novela del “Curioso impertinente” que Cervantes intercala en su Quijote. Y me ha llamado la atención algo tan nimio y normal en aquella época como era leer cuentos o novelas en familia, o entre amigos, llegada la noche y antes de acostarse. Sobre todo en noches como éstas últimas de fuerte temporal en Asturias, de frío, copiosas lluvias y nieve en la cordillera. ¿Qué mejor ocasión que ésta para dejarse llevar por la imaginación y, al calor de la lumbre -mejor, miel sobre hojuelas- contar historias sin cuento y soñar despierto antes de abandonarse a los dulces brazos de Morfeo? ¡Qué tiempos!
Ahora nos abandonamos a la némesis televisiva que añade más caos y confusión a nuestra mente cansada de bregar toda la jornada y luego nos provoca pesadillas o insomnios. Ahora nos cuesta trabajo entregarnos a la página impresa y poner voz, cara, color y contornos a lo que nos pintan estos garabatos alfabéticos que llamamos palabras. En lugar de pasar páginas, devorar capítulos y apasionarnos con la lectura, preferimos zapear con el mando a distancia e ir picando de cadena en cadena como infame turba de nocturnas aves revolviendo en el vertedero. ¡Malos tiempos para la literatura!
No sé si de este nocivo encantamiento herciano nos sacarán con los pies por delante o habrá algún milagro que nos rescate a tiempo. No lo sé, a fe mía, pero es muy posible que, paradójicamente, sea la tecnología la que lo vaya a hacer en forma de e-book o libro electrónico. Por lo que tengo leído en reseñas periodísticas u oído en tertulias radiofónicas, este invento va a revolucionar -para bien, siempre para bien, no seamos gafes- el panorama lector sobre todo de la población más joven: soportes informáticos en los que cabrán miles de libros que el usuario podrá personalizar y que dispondrán de accesorios llamativos como sonido, música, imágenes, ilustraciones, animaciones, vídeos... y hasta de una voz (a elegir también a capricho) que podrá leerte el libro, como hizo el cura en el episodio del Quijote ante su embelesado auditorio.
Lo que también me llamó la atención leyendo estos capítulos de la ingeniosa novela cervantina fue que mientras todos los habitantes de la venta escuchaban atentos y sin parpadear la lectura del “Curioso impertinente”, don Quijote permanecía en su camastro soñando con aventuras caballerescas y, sonámbulo, descabezando dragones que no eran sino cueros de vino tinto. Así que se perdió el placer de la nocturna lectura. Pero claro, él ya no lo necesitaba porque se había convertido en el protagonista de su propia novela, que, en resumidas cuentas, no era otra cosa que su propia vida.
Y aquí queda la pregunta: ¿qué es más real y más satisfactorio: la vida que acontece (los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, Machado dixit) o la vida que se imagina y se (re)construye con palabras?

Paco Ayala Florenciano

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