La crisálida



LIBERTAD VIGILADA

La reciente decisión de colocar cámaras de videovigilancia en un Instituto de la comunidad valenciana ha provocado cierta indignación entre los estudiantes y muchos padres que no acaban de entender bien cómo puede sacrificarse el derecho inviolable a la intimidad que posee cada persona (sea o no menor de edad) en aras de un control disciplinario rayano en lo arbitrario.

Comprendo la necesidad de que tal control exista, sobre todo para aquellos sujetos que no respetan los derechos de los demás, empezando por las normas que la propia comunidad escolar se ha impuesto a sí misma como fundamento y ejercicio de convivencia. Pero no comprendo de ninguna manera que para la consecución de tan evidente y eminente objetivo haga falta coartar la libertad de los que sí acatan y respetan el reglamento. Una vez más, pagarían justos por pecadores, y eso no es justo, a todas luces.

En todo caso, lo más grave del asunto no es tanto, a mi juicio, la intromisión en la libertad individual, sino sobre todo el hecho de que una institución educativa recurra a procedimientos más punitivos que pedagógicos, más intimidatorios que persuasivos o convincentes. De hecho, es posible que, a la postre, burlar el sistema de vigilancia constituya todo un reto entre los estudiantes, una heroicidad no exenta de un potente estímulo, un pulso más a la autoridad cargado -en este caso- de razón.

¿No sería más provechoso fomentar las buenas prácticas (solidaridad, comunicación, capacidad de escucha...), los valores humanos y democráticos y la responsabilidad como factor inherente a la adultez? Y todo ello, con recursos más imaginativos, más creativos, más cooperativos, más educativos en definitiva, es decir, más propios de enseñantes, de educadores, de pedagogos que de guardianes de la ley y del orden.

Claro, no me extraña, empero, que una comunidad como la valenciana, que se mofa de una asignatura tan trascendental como Educación para la ciudadanía obligando a impartirla en inglés, para que no se entere nadie de sus verdaderos principios -que no son otros que los fundamentales de toda sociedad democrática-, proponga la tecnología carcelaria -fría, implacable, impersonal, inmediata- como sustituta de la ética ciudadana -crítica, libre, personalizada y de efectos más retardados pero más sólidos, profundos y duraderos.

Paco Ayala Florenciano

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