La crisálida

Europeana, una peana para la lectura digital.

Acaba de lanzarse al mundo virtual de internet una biblioteca digital europea denominada Europeana. Nada más procederse a su inauguración, se ha saturado la página web con 10 millones de visitas y han tenido que suspender temporalmente el servicio. Avatares de una tecnología todavía en ciernes para internautas compulsivos. Pero también un claro aviso para navegantes: la biblioteca del futuro (no tan lejano como algunos piensan) o será digital o no será. Buena prueba de ello es que nuestros jóvenes se pasan mucho más tiempo delante de la pantalla del ordenador que delante de las páginas de un libro, por muy apetitoso (¡ojalá!) y obligatorio que éste sea. Es una realidad como un templo que ya preconizaba el autor de La galaxia Gutenberg: el mensaje es el medio. Pasión por los aparatos, por el software y por el hardware, por los últimos avances en electrónica e informática de consumo... Pasión por este rectángulo cada vez más plano, más grande y de plasma por el que nos asomamos a la vida, aprendemos y entramos en la mansión globalizada de la cultura. Hace tiempo que nos vienen anunciado los e-books, los soportes electrónicos en los que cabe toda una biblioteca convencional y a los que cada vez más autores y editores van adaptando sus novelas y sus ediciones. Un futuro (no sé si un paraíso también) ya en la palma de la mano. Y de ahí al salto de gigante que postula Europeana, días, meses, escasos años a lo sumo. Un logro, sin duda, para la difusión del patrimonio cultural de la humanidad (como siempre, del primer mundo, claro), para acceder a él cómodamente desde el sillón de tu casa, desde tu plataforma cibernética, a sólo un clic de distancia.

Lo que me preocupa, en todo caso, es que con todo este acercamiento pasmoso de la cultura digital a los hogares, nos estemos alejando quizás del contacto real y físico con el bibliotecario que conoce a fondo los fondos de la biblioteca y que nos orienta y nos aconseja; o con el librero que nos atiende y con las librerías donde podemos hojear, tocar, oler y sopesar los volúmenes; o con los lectores, nuestros semejantes, con los que compartimos pensamientos y sentimientos y gustos y aficiones. ¡Hermosa algarabía de las librerías, alegre bullicio humano de gentes revolviendo estantes, consultando, comentando, comprando! ¿Y todo esto ha de pasar, se ha de diluir también en la memoria histórica?

Entretanto llega este diluvio digital -que llegará, ¡quién lo duda!- me guareceré, una vez más, en el arca de la alianza con mis libros, los que me han acompañado toda la vida, los que me hicieron usar la razón, los que me hicieron sentir más intensamente, amar más apasionadamente, explorar nuevos mundos y disfrutar en todos y con todos los sentidos. A estas alturas de la vida, uno no puede abandonar a estos seres de cartón y de papel (por otros tan volátiles, tan etéreos, tan sin carne ni hueso) que han envejecido conmigo y sobrevivirán a mi propia muerte para dar testimonio de que he vivido.

Paco Ayala Florenciano

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