La crisálida


PÍLDORA

Mi padre, que era boticario, apenas tomaba medicamentos. Sabía que en su etimología yacía el significado de veneno y por eso prefería prepararse sus propias pócimas, sus propios remedios naturales (buen conocedor de la botánica y de la química). Casi nunca recurría a los fármacos artificiales envasados, etiquetados y publicitados por las multinacionales del ramo, pero inevitablemente los vendía a raudales bajo prescripción médica. Recuerdo perfectamente aquellos años de mi primera infancia (que ni fue ni es ni será la última) ayudándole a pesar polvos y extractos en la balanza para luego envolverlos en papel cebolla. O a medir en la probeta los mililitros justos para una dilución reguladora de las ganas de comer o que evitase la caída del cabello... En fin, otra farmacopea más artesana, más a la medida del farmacéutico y del paciente, más humana en realidad.
Hoy, a propósito de la polémica píldora del día después -para unos anticonceptiva, para otros abortiva- me vuelven a la memoria estas dos maneras también de entender la farmacia. Para mí, lo auténticamente problemático de todo este asunto no es ni su liberalización a partir del mes de agosto (mes propicio, dicho sea de paso, para la actividad sexual), ni el hecho de que sea accesible a menores de edad sin necesidad de pasar por la consulta del facultativo, ni el dilema moral enunciado antes sobre si es o no de índole abortiva, pues -siempre según mi criterio- este tema es de exclusiva competencia decisoria de la madre, sea cual sea su edad. Lo realmente preocupante es el uso indolente, inconsciente e inconsecuente de la farmacología sintética, bajo el control omnímodo de las marcas industriales. Como si el remedio a todos los males que padece el ser humano fuese tan sencillo como tomarse una píldora multicolor, o ingerir un jarabe edulcorado y vistoso, o inyectarse una vacuna salvífica. Y no hablo ya de los efectos secundarios, esos que figuran con letra pequeña en el prospecto que casi nadie lee y que los hay siempre, aunque sea a largo plazo, sino de los efectos psicológicos que debilitan la voluntad, la desvirtúan y la hacen dependiente de la tecnología, de los laboratorios-emporios convertidos en pingües negocios a costa de la salud o, mejor dicho, de la enfermedad, que es de la que realmente se enriquecen.
Llegamos, una vez más, a la raíz y causa del problema: la educación. Sólo una educación clara, laica, realista y ética en las prácticas y hábitos sexo-saludables es verdaderamente efectiva y preventiva de males aparentemente menores pero que luego derivan en mayores, en desequilibrios psicosomáticos para los que difícilmente hay cura y mucho menos con pastillas.
Y vuelvo al ejemplo de mi padre: estos medicamentos, sólo en casos extremos, sin abusar, sin disponer de ellos a la ligera, como si tal cosa, como si tomar una píldora fuese lo normal y cotidiano para calmar nuestra angustia existencial, mucho más profunda, para cuyo remedio disponemos de un botiquín sutilmente incorporado al flujo de energía que transita por todo nuestro cuerpo, vigoriza el alma y hace discurrir la mente. Sólo es cuestión de encontrarlo, abrirlo y usarlo: produce efectos primarios, no inmediatos pero sí eternos, está perfectamente adecuado e indicado y constituye un recurso sostenible e inagotable.

Paco Ayala Florenciano

1 comentario:

  1. Estos temas merecen un debate, que ya es infinitamente más que lo que se nos propone desde las alturas políticas, religiosas, moralistas, propagandistas, comerciantes, mercachifles, idéologos de la moda o meros imitadores de la gran madrastra Europa. El tema de la píldora del día después me recuerda mucho al "soma" que se impartía a la plebe en "Un mundo feliz" de A. Huxley, salvando las distancias. Ambos comparten ese fugarse de la responsabilidad usando una vía rápida, aséptica y cómoda por ser una dádiva de "aquellos que saben". No se sabe si te vuelves tonto y por eso acabas siendo feliz. O te hacen feliz para manejarte como a un tonto.El caso es que me lo dan, ¿qué más tengo que pensar? Estoy en mi derecho.
    Pero ¿quién me lo da? ¿por qué? ¿para qué? ¿cómo he llegado hasta aquí? ¿qué debo aprender? ¿Qué no sabía? Eso no cuenta, trágate esto y problemas fuera. Porque tú lo vales, porque tú tienes derecho a ser feliz. ¡Qué casualidad! Igual que en los anuncios.Si falta algo es lo de siempre: educarse, en lo que sea, pero aprender.
    Milio

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