La crisálida


Querida palabra

Yo creo que el día en que verdaderamente nací fue el día en que pronuncié mi primera palabra. No sé si fue “papá” o “mamá”, pero sí sé que con ella comencé a reconocer el mundo que me rodeaba, empezando por las personas que me querían y que yo necesitaba. Hasta los 5 años mi vida era puramente oral. Recuerdo perfectamente el día en que mi padre me dijo que tenía que ir a la escuela. Estaba yo sentado en mi balancín favorito y entraba por la ventana de la farmacia un sol dorado, como mi pelo todavía de rubio infantil.
Y aprendí a escribir. Guardo como oro en paño los cuadernos en los que relataba con tan solo 10 años las excursiones que hacíamos en familia. Al regreso, mi padre nos obligaba (y obedecíamos sin rechistar) a redactar los pormenores del viaje: datos kilométricos, itinerario, topónimos, descripciones de lugares, hora de salida y de llegada... Luego él lo leía, nos aportaba o enmendaba algún detalle omitido o erróneo y nos animaba (especialmente a mí, que era el primogénito y tenía que dar ejemplo) a seguir practicando y mejorando. No sé si lo hacía para estimular en sus hijos la creatividad literaria o simplemente para que aprendiésemos a escribir bien, con soltura y corrección, herramienta imprescindible de los futuros estudiantes universitarios que mi padre pensaba hacer de nosotros. En mi caso, desde luego, logró ambos objetivos: pasión por la literatura y afán por la buena escritura. Así contaba yo un 22 de Enero de 1967 cómo había sido la excursión al nacimiento del río Mundo, excursión que dejó una huella profunda en mi fantasía sensitiva; tan es así, que aún hoy sigue siendo mi sin igual paraíso terrenal y -los senderos circulares de la vida- donde inicié mi carrera como profesor: (lo transcribo tal cual)
Salimos de Ceutí a las 10 y 5 minutos, ¡Ceutí! «siempre Ceutí» direis lectores¡ Ceutí es el pueblo donde Yo, llamado Paco, vivo. Este pueblo está en la provincia de Murcia, las calles están ahora sin asfaltar y por eso cuando llueve se llenan de barro que hace que al pasar un coche el que va por la cera se manche. Tiene escuelas. Mi papá es farmaceútico. [...] Después vimos bien vistos los Chorros que eran muchas cascadas pequeñas. Cuando empezamos a subir el monte vimos que no lo subían mi mamá ni la Marisión, les preguntamos que por qué no subían y dijeron: ¡«estamos heladas de frío»¡ y nosotros dijimos ¡«bueno subiremos nosotros solos»! (nosotros no teníamos frío) al acercarnos cada vez más a la gran catarata se veía mucho mejor...
Luego llegaron mis años de internado en el Seminario Menor. Allí descubrí la decisiva importancia de la palabra para mitigar la soledad, para saber que nunca estoy solo, que siempre la tengo a ella de fiel compañera y que con ella puedo hablar conmigo mismo e interpretar o recrear la realidad. De aquella época conservo textos como el que sigue, escrito a los 16 años:
Estoy en clase de Religión, y... ¿qué siento, qué pienso, qué me pasa? Todos se mueven, hay ajetreo, todos hablan, unos de una cosa, otros de otra, pero... ¿qué me pasa? Detrás tengo amigos, al lado enemigos, y al frente... nada. ¿Cuál es mi destino, qué me espera, qué será de mí? [...] A ti recurro, Señor, porque en el fondo yo sé que tú estás a mi lado y procuras que vuelva a ti, al camino de la luz y de la vida, al camino de la paz, al camino de la Verdad. Ayúdame en la lucha, en mi vivir, en mi camino.
Pero ahora me pregunto: ¿Quién eres tú, Señor?
(23-02-1973)

Y con 18 años ardía en amores por una chica que apenas me correspondía. Pero, al reflejarlo con palabras en mi diario, ese amor se hacía posible, casi tangible. Y, quién sabe si como fruto de mi constancia escritora, un día ese amor se hizo realidad, sólo que cambió de nombre:
Querido archilector: ¿qué podría decirte en este día yo, el que teóricamente siempre tiene algo que decir? Pues... me voy a ceñir a lo más importante, a lo que para mí constituye la esencia misma del fluir continuo del día. Un pensamiento «motriz», el «alma» que me ha ayudado a seguir con vida en este pesado mundo de frustraciones: Fina, pero no como siempre, con esa inaccesible distancia, sino como una posibilidad REAL de comunicación con ella. ¿Cómo? No lo sé, no tengo ni la más remota idea. Pero surgirá... tiene que surgir... tiene que “nacer” el “sol en la montaña”. Y ese día presiento que se acerca. No lo busco, pero lo presiento... Y ese día... ¡sería tan maravilloso!

Hoy ya no escribo diarios (aunque no hace tanto que dejé de hacerlo). A veces los releo con curiosidad y nostalgia y revivo aquellos años y me siento el protagonista de mi propia historia. Pero hoy, como ayer, sigo escribiendo por la misma razón que lo hacía entonces: para saber que existo y que hay alguien al otro lado de la página que me siente y me escucha. Dos soledades -la mía y la del lector- que, aunadas, se confunden y se trascienden.

Paco Ayala Florenciano

1 comentario:

  1. paco, paco esas tildes por ahí que faltan!!!! está bien que lo hayas puesto así vemos las diferencias que hay entre la tu época y la nuestra que tanto ha cambiado con respecto a la tuya. gracias paco y adelante siempre adelante!!! saludos

    andrei

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