Quijoterías (6) Destinos


Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte, así, que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide y, sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anejos a la andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin.

(Don Quijote, II, VI)




Hace ya mucho tiempo que sé que el destino no está escrito en las estrellas, que lo vamos diseñando y prefigurando nosotros mismos con nuestros pensamientos, nuestra voluntad y nuestros hechos. Que somos absolutamente responsables de nuestros actos, o que, si no lo somos -a fuer de ignorantes o mal educados-, sí existe responsabilidad intrínseca en el acto, responsabilidad que hay que asumir al menos socialmente, aun a pesar de nuestra presumible inocencia individual.
¿Por qué digo esto? Yo creo que lo dice mucho más claro la cita del Quijote que sirve de preámbulo a este artículo. Cansados hasta la saciedad estamos de padecer innumerables casos de corrupción política, de estafas macroeconómicas, de cohechos y prevaricaciones, de abusos e ignominias nefandos, precisamente a cargo de quienes eligieron -sí, eligieron, a sabiendas del alcance abominable de su elección- el camino del vicio ancho y espacioso. Y claro, al final, como estaba “escrito”, no hallan otra cosa que la muerte, o el castigo, o la cárcel, o la vergüenza y el oprobio de la deshonra. Pero esto es sólo la punta del iceberg del vasto entramado del vicio, lo que se denuncia y sale a la luz pública y acaba en los tribunales de justicia. ¿Y la inmensa mayoría de quienes aún no fueron -ni serán nunca, muy probable- descubiertos ni juzgados y siguen extorsionando y se siguen lucrando sin escrúpulos aparentes? Yo creo que en su más recóndito fuero interno se saben culpables, o si no lo saben conscientemente, sí lo vislumbra o lo intuye su inconsciente, su aletargada y escondida conciencia que allá en lo hondo de su profundo infierno aún late y le replica débil pero incansablemente y, al final, de forma torturadora. Yo creo -y me instalo en el territorio de las creencias, que no de las ciencias- que hay como un fondo común, una especie de estándar de la conciencia que nos iguala a todos los seres humanos y que distingue perfectamente entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre el daño y el amor, entre lo vacuo y estéril y lo pleno y fecundo. Sigo creyendo -y si es un sueño, que no despierte nunca- en la ley universal del amor que constituye el verdadero motor del destino y que regula el movimiento, la dirección y el sentido del cosmos, del cual somos las personas inapreciables pero sustanciales partículas. No creo en la bondad del cosmos, en el que cada día se crean y se destruyen infinidad de galaxias, en el que cada segundo que pasa se crean y se destruyen formas de vida. Pero sí creo en su sentido, inexplicable, misterioso, insondable, pero existente.
¿Por qué elegir entonces el camino de la virtud, angosto y trabajoso? Pues porque rebosa de vida, porque desemboca en la vida, porque nos invita a vivir con desprendimiento, con elemental simplicidad, en la riqueza insobornable e inabarcable del ser desnudo y semejante a sus semejantes. Porque nos hace felices, así de sencillo, y -lo más importante- partícipes ya, aquí y ahora, de la eternidad.

Paco Ayala Florenciano

2 comentarios:

  1. ¿Por qué un tamaño de letra tan pequeño? ¡Qué menos que el de la Quijotería 5! Para mis crisálidas y para las demás entradas. ¡Venga, que tú puedes, Maguidiosa!

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