La crisálida


In extremis.

Compro todos los sábados El País y sólo los sábados (esporádicamente también los domingos) por tres razones: primero, porque tengo más tiempo para leer; segundo, porque salen dos suplementos de gran interés para mí como son Babelia (dedicado al mundo de la cultura, libros especialmente) y El Viajero (sugerencias de rutas, viajes, ciudades, paisajes...); y tercero, porque no quiero malgastar tanto papel impreso -si lo comprara más días de la semana- habiendo una edición digital en internet de acceso libre y en la que puedes seleccionar aquello que realmente quieres y puedes digerir. Y digo esto no por hacer propaganda del periódico, que, dicho sea de paso, tampoco tengo por qué no hacerla siendo como es -a mi juicio- un estupendo diario bien editado y estilísticamente bien cuidado, sino por comentar lo importante que sigue siendo la sociedad de la información para no perderse demasiado en este complejo y muchas veces desnortado mundo en que vivimos. Conocer por dónde van y de dónde vienen los tiros de la política (¡que laberíntica maraña de hipocresía y de cinismo!), hacia dónde se precipita el abismo de la economía globalizada, quiénes y por qué sinrazón asesinan o maltratan o abusan o prevarican o defraudan o sojuzgan a sus semejantes... es, al final, un verdadero proceso de catarsis del que puedes salir o muy alicaído, frustrado, quemado y violentado o, por el contrario -si sabes cómo y si dispones de la suficiente serenidad interior-, resurgir fortalecido, renovado y hasta esperanzado. Para esto último, desde luego, es imprescindible contar con una sólida escala de valores, con una formación ética de primer orden y con un optimismo genético a ultranza, omnidireccional y a prueba de bomba. Y todo ello con el objeto de no sucumbir a la tentación de mantenerse en permanente estado de guerra ni de instalarse en el deplorable estado de la queja permanente, estados ambos que acaban por volverse contra uno mismo sumiéndote en la absurda atonía de un escepticismo crónico, paupérrimo equipaje con el estoy seguro de que nadie, sinceramente, quisiera arribar al último estadio de su vida.

Lo difícil, en todo caso, es encontrar en cualquier periódico de nuestro país -imagino que de cualquier país del mundo- buenas noticias, noticias que te levanten el ánimo ya cuando te sientas a desayunar por la mañana y te dispones a afrontar una intensa jornada laboral, noticias que inviten a proclamar con el poeta Jorge Guillén aquello de que ¡el mundo está bien hecho! Así que, a falta de tales noticias, bueno será -por la cuenta que nos trae- leer entre líneas las que nos sirven los medios de comunicación, entresacar lo poco bueno -que siempre hay- de lo mucho malo que nos cuentan... y, en última instancia, in extremis, si no hay más remedio, echar mano de nuestra bien fornida imaginación, y seguir soñando con un mundo mejor, y seguir abogando por la utopía. Amén.

Paco Ayala Florenciano

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